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Cerro Mohai (4368 msnm) – Mayo 2019

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Cerro Mohai (4368 msnm) – Mayo 2019

Bajando en Marzo del Ingenio con el Nico y el Seba, salió la idea de intentar algunas cumbres del Valle del Mesoncito, en ese entonces, pensamos en el fin de semana del 18 y 19 de mayo, con posibilidad de alargue hasta el 21 de mayo. Cuatro días y seis cerros eran motivo suficiente para pensar en calendarizar una salida deportiva oficial a ese valle.

Ya en la fecha, el clima atmosférico y laboral nos impidió planificar más allá de dos días. Es por ello, que enfrentados a esa situación, las cordadas compuestas por la Gaby y la Cata, Rodrigo y Finch y Sergio y Camilo intentarían el cerro Camanchaca, mientras que la Su y la Carmen, la Febe y la Chuchu, la Vale y la Maca y el Nico y yo, intentaríamos el cerro Moai.

Luego de un responsable comportamiento en el cumpleaños de la Martina, con la Cata nos vinimos a dormir a la casa, había que estar a las 8 en Macul. Suena el despertador, y con un leve retraso de 20 minutos, fuimos los últimos en llegar al Lider.

Nos separamos, el Rodrigo y el Finch partieron en sus respectivos vehículos, mientras que nosotras con la Gabi y la Cata recogeríamos al Sergio y su cordada. Ya todos/as en el auto, nos movimos hacia nuestro destino, sin antes parar en el camino a comprar pan y víveres para nuestro tardío desayuno.

Una vez en el Valle de las Arenas, el auto de la Gaby no tenía la tracción suficiente para enfrentar una parte del camino, con Sergio, le dimos más tracción al auto cargando nuestro peso sobre el capó, en una arriesgada pero adrenalínica maniobra. Superado este obstáculo, ya estábamos próximos a llegar a Choribulder, lugar donde estacionaríamos y comenzaríamos la aproximación.

Al llegar, el Nico nos estaba esperando, y nos comentó que el grupo había partido hace como 40 minutos. Comenzamos el ascenso, perdiendo en ocasiones a huella, y luego subiendo en vertical, en un punto, tuvimos contacto visual con la otra mitad del grupo donde almorzamos.

Luego de un par de horas, ya estábamos en la Pirca del Visionario y solo faltaban un par de minutos para llegar al campamento base, con la inagotable esperanza de encontrar agua.

Una vez en el sector de campamento, y sin los rayos del sol que hicieran un poco más cálida la actividad, el estero que nos iba a abastecer de agua estaba congelado, y, nuestras opciones eran bajar a una quebrada, o bien, subir a un nevero a unos 20 minutos de marcha para fundir nieve. Por suerte, una cordada que había más arriba, nos señaló un lugar donde el estero fluía.

Mientras el Nico iba a buscar agua, yo armé la carpa. El frío era cada vez más intenso y estar afuera no parecía una buena idea si se quería conservar el escaso calor corporal.

Luego de comer, coordinamos el día siguiente, el grupo del Camanchaca comenzaría su ascenso a las 6, mientras que nosotros, empezaríamos a las 4:30.

Un par de nubes le daban más dramatismo a la hermosa luna llena que nos hacía intensa compañía. Intentamos dormir, no sin sobresaltos por la incomodidad, y en mi caso, por la ansiedad que suponía transitar por primera vez en un glaciar.

A las 3:30 am suena nuestro despertador, con el Nico preparamos una granola, plátano y leche condensada (de soya, claro), esta fue la comida más contundente que tuvimos hasta varias horas después. Habíamos dejado todo listo la noche anterior, llevábamos una cuerda y tornillos por si era necesario asegurar algún paso, además de inaugurar un nuevo piolet hielero comprado por la Rama.

Luego de un pequeño retraso, emprendimos la marcha hacia el valle del mesoncito a eso de las 5 am, no hacía tanto frío, o bien, yo no lo sentía de esa forma. Nos teníamos que adentrar por la morrena ubicada al lado occidental del valle. Al comienzo de la marcha, una cordada tuvo que abandonar ya que una persona se sintió fatigada. Menos mal el Nico atinó a pedirle sus tornillos y la herramienta para hacer los Abalakov.

Luego de eso, seguimos por la Morrena hasta que otra cordada hubo de retirarse, una las personas no estaban en condiciones físicas de seguir con el ascenso. En fin, ya solo quedábamos cuatro personas. Ya al amanecer, nos encontramos en la base del glaciar, era la primera vez en el Hielo de tres de los/as cuatro montañistas. La calidad del hielo no era buena, costaba clavar los crampones y el piolet casi ni se enterraba, y, para remontar el glaciar, había que superar una pendiente de aproximadamente 40°. Frente a nuestra falta de experiencia y confianza, decidimos asegurar este paso que, por suerte, coincidió con un largo de cuerda. El Nico punteó e instaló una cuerda fija, y luego, los/as tres fuimos subiendo, casi en simultáneo. Fue un momento que nos desafío, habíamos revisado el ascenso por cuerda fija y las reuniones en el curso de técnicas invernales, teníamos los conocimientos, era el momento de ponerlos en práctica, y, entre eso, me toca probar la eficacia del Machard, me resbalé y me deslicé unos cuantos metros hacia abajo, pero gracias a la Física, no me pasó nada, más allá de probar el nudo de fricción, segunda vez que me pasa, y segunda vez que es subiendo un cerro con el Nico.

Ya superada esa parte, nos toca agarrarles confianza a los crampones, y caminar por el glaciar hasta su fin, fue 1:30 de marcha, entre asustados y maravillados por la fuerza que supone un glaciar. Cristales de Hielo que nos hablan de otro tiempo, pero que hoy en día están en riesgo, la acción antrópica y el Cambio Climático han hecho que estas primitivas fuentes de agua desaparezcan peligrosamente.

Fue un momento de mucha concentración y cuidado, pero también, un momento de maravillarnos por los colores y texturas que tienen estos gigantes guardianes de las cuencas. Ya finalizado este tramo, llegamos al portezuelo que une los cerros Moai con el Punta Chile. Eran las 12, llevábamos una jornada de más de 6 horas, solo nos separaban unos cuantos minutos y un agradable tramo por acarreo para llegar a la cumbre, nos sacamos los crampones y dejamos la mochila en el portezuelo, solo serían un par de minutos en la cumbre. Llegamos, y dos montículos de roca de casi un metro y medio de altura marcan el punto más alto del Moai. El júbilo, la emoción, la alegría, la admiración, la contemplación, son solo limitadas palabras que intentan describir la fatigosa jornada, el color del cielo, lo abrupta de la caída hacía el valle del Marmolejo, los cerros y volcanes circundantes, de este y otros valles. Desde los Picos del Barroso por el Sur, hasta el Piuquenes por el Norte, la grandeza y solemnidad eran totales. Cuatro montañistas contemplando la inmensidad de eso que nos llama.

Creo que no se trata solo de llegar a lo más alto, de conquistar una cumbre por un ego occidentalizado, creo que en esto, hay un importante ejercicio de humildad y totalidad.

Bajamos, y empezaría el descenso por el glaciar, había que confiarle la vida a los crampones, un deslizamiento, si bien no resultaría fatal, hubiese sido una desagradable experiencia.

Ya llegando a la entrada del glaciar, había que preparar los rapeles para poder descender con seguridad. Serían dos rapeles en total hasta llegar a la Morrena. Baja el Nico, Baja la Vale, y justo viene bajando una cordada desde el Punta Chile, les dije que uniéramos las cuerdas y así llegaríamos directo abajo. Una vez unidas ambas cuerdas, bajó la Macka, el Antonio (uno de la otra cordada), bajó el Nico y la Vale que habían quedado a mitad de camino esperando armar el segundo Rapel, y con Inti, bajamos en simultáneo.

A las 16:30 estábamos en la Morrena, nos demoramos bastante en la maniobra, hay que ir adquiriendo más práctica y experiencia para realizar estas maniobras con rapidez.

Empezamos a caminar, y en eso, nos damos cuenta de que faltaba la radio y ya estaba atardeciendo, sin embargo, paramos un poco a contemplar ese maravilloso show de luces y contrastes que daba el atardecer, todo esto, rodeado de una morrena y un glaciar rocos. A las 19:00 estábamos en el campamento base. El resto del grupo había bajado, habían dejado las cosas de las chiquillas en nuestra carpa. Tuvimos contacto de Rodrigo a través del InReach para saber si estábamos bien ¿Qué hacer? No teníamos certeza de que nos estaban esperando abajo, sin embargo, solo había una carpa de dos para cuatro, y, al otro día, se pronosticaba una tormenta. La decisión fue bajar, y, en el peor de los casos, montar un vivac.

A medida que íbamos bajando, la jornada se hacía mas fatigosa, mis pies estaban adoloridos por la rigidez de los zapatos de montaña, mis rodillas resentían cada paso, llevábamos más de 14 horas de marcha.

La bajada fue casi un piloto automático, con la incertidumbre de pensar de que no estarían abajo. Sin embargo, una vez en el zigzag de la bajada, vimos una patrulla recorriendo el sector. Ya en una zona de rocas, casi al lado del camino, nos indican con una luz cual era la bajada más segura.

En el fondo, estaba un poco ansioso, era Alto Maipo, era de noche, uno no sabe la voluntad y la disposición con la cual te van a esperar abajo.

Sin embargo, cuando ya estamos a escasos metros de él, nos saluda y nos pregunta amablemente sobre como veníamos. Ya en el camino, se abre su chaqueta y nos muestra un parche que tenía en su polera, decía: Rama de Montañismo de la Universidad de Chile. Había sido de la generación de los 2000, conocía a Erick, a la Wale, al Oso, etc. Nos dijo que nuestros/as compañeros/as nos estaban esperando, nos subimos a su camioneta y conversamos un poco. El es montañista, sabía que el cerro era largo y la bajada podía ser lenta y fatigosa, había estado varias veces en ese valle, lo conocía bien. A las 11 pm, después de una jornada de 18 horas, estábamos sanos y salvos con el resto del grupo.

Gracias Enrique por tu calidez, gracias compañeros/as por esperarnos, gracias Nico por tu decisión y tu voluntad de querer empujar un poquito más nuestros límites, gracias Macka y Vale por esta cumbre. Gracias por la preocupación, pero también, por compartir la felicidad que supone estar en la montaña, donde el frío, la roca y, en este caso, el hielo, son los protagonistas de una aventura cotidiana y desconocida, la del caminar.