Todo inició temprano en Villa Serrano, junto al río del mismo nombre, a un costado del PN Torres del Paine. Los primeros 7 kilómetros íbamos relajados, y el único punto dificultoso de ese río era un rápido con unas pequeñas cascadas. Si bien eran perfectamente pasables en los packraft, la cantidad de equipo que llevamos dentro del bote, sumado a la retención que tenían los rápidos, hacían que la opción más segura fuera vadear esa zona.
Luego fueron otros 7 kilómetros hasta un pequeño río* (pequeños para estándares de la Patagonia) que tuvimos que remontar corriendo arriba. Debido a que nuestro equipo bordeaba los 25-30 kilos, preferimos vadear y arrastrar los botes con todas nuestras cosas. Era frecuente ver cuerpos de salmones muertos y uno que otro salmón Chinook vivo, especie introducida y bastante grande.
Luego de 6.6 kilómetros, llegamos a un lago bastante grande y bonito, con aguas muy cristalinas. Debido a la cantidad de pantanos y pomponales, nos vimos en la obligación de armar nuestro campamento a orillas del lago, decisión que tendría consecuencias (explicadas más adelante), aunque teníamos una vista privilegiada al Cerro Balmaceda, de 2250 m.s.n.m.
Al día siguiente, si bien habían pocas nubes, el tiempo era muy bueno y el Lago era una taza de leche. Decidimos tomar los packraft para ir al inicio del lago. La idea era llegar allí para luego subir un terreno rocoso y llegar a otro lago, donde estaba el frente de los glaciares de campos de hielo sur. Curiosas formaciones rocosas esculpidas por milenios de erosión glaciar nos permitieron llegar a una vista privilegiada: una pared de hielo que luego se extendía hasta perderse por la vista, moviéndose entre montañas hasta el horizonte. Este mide 350 kilómetros de norte a sur, y es la 3ra masa de hielo más grande del planeta.
Teníamos la hora en contra, además que se empezó a levantar un fuerte viento, por lo que desistimos de navegar hacia el frente del Glaciar. Volvimos por nuestros pasos, pero el que fuera un tranquilo lago en la mañana ahora tenía olas generadas por el viento, mostrando espuma blanca o «palomos», un signo inequívoco de que era mejor evitar la navegación.
Decidimos hacer un trekking hasta el campamento, por el terreno rocoso y luego boscoso, de unos 8 kilómetros, tratando de bordear el lago. No había ni rastro de una huella o sendero en el bosque, más que algunos signos de baguales (vacas ferales), por lo que la caminata era extremadamente lenta. En un punto, el Pitercio (Cordada) se aburrió de golpearse con las ramas y nos mandó a todos a la chucha diciendo que se iría en bote al campamento. Resultó que justo el viento amainó, por lo que todos los seguimos.
Al llegar al campamento, el viento retomó toda su fuerza, y notamos que de las 4 carpas solo había dos, y una estaba desarmada por el viento. Resulta que al acampar en la playa, las estacas no aguantaron y las carpas se fueron volando (con equipo y todo adentro) hacia unos árboles. Increíblemente, ninguna sufrió daños (lo que me da signos de lo resistente que son los nuevos materiales) y, por suerte, nadie perdió nada.
Al día siguiente, decidimos mover el campamento al lago principal, donde está el frente del Glaciar, y por consiguiente, debería haber gran cantidad de témpanos. Los primeros 8 kilómetros fueron bastante amables, con poco desnivel, con senderos de baguales y con poca vegetación entre los árboles. Fue el último tramo, de unos 4 kilómetros, el que fue difícil: sin ningún sendero, mucha vegetación y gran desnivel, lo que hacía más cansador llevar los 30 kilos de peso.
Al llegar justo al borde del lago, nos impresionó la inmensidad del valle, sumado a una increíble cantidad de témpanos. Decidimos acampar dentro del bosque.
Al día siguiente, nos levantamos temprano para evitar la posibilidad de viento fuerte, y tratando de evitar a toda costa que algunos de los témpanos pudieran voltearse sobre nosotros. Era tal la densidad de estos, a qué veces era necesario volar el dron para encontrar un camino por dónde navegar.
Luego de navegar en témpanos de todas las formas y tamaños, decidimos bajarnos en uno que tenía una hermosa cueva de hielo azul. Para ello, usamos los «micro crampones» que resultaron ser increíblemente efectivos para caminar sobre el hielo (y eso que solo valen 7 lucas en MercadoLibre). Allí decidimos hacer una sesión de fotos y videos, ya que el riesgo de ir a témpanos más alejados y grandes era mucho.
Luego de esto volvimos y desarmamos el campamento. La idea era bajar por el río donde desagua ese lago. Luego de evitar los múltiples témpanos, llegamos al desagüe. Allí la navegación río abajo fue fácil, era un río grande, con rápidos seguros, y dónde solo aparecía uno que otro témpano que debíamos evitar. En un momento hicimos un porteo de unos 500 metros para volver al pequeño río que habíamos subido el primer día, y así llegar más arriba del Río Serrano.
El último día fueron 14 kilómetros de trekking bordeando el Río Serrano, porteando todo el equipo, tratando de buscar una huella lo suficientemente buena para seguir. Luego de esto llegamos a Villa Serrano, dando por concluida esta pequeña travesía a los Campos de Hielo de Sur. Luego de eso, llegamos de inmediato a lavar todo nuestro equipo con detergente, para evitar la propagación del Didymo (Alga parásita) que fue frecuente en todos los cursos de agua.
*NOTA: Los nombres de ríos, lagos, glaciares y otros sitios fueron deliberadamente omitidos por petición de las personas (locales) que facilitaron la ruta, debido a que quieren mantener el sitio lo menos impactado posible, y por el hecho de entrar a parques nacionales y terreno privado sin autorización (aunque los ríos y lagos, y sus márgenes, son bienes nacionales de uso público). Si se desea más información, solicitar al autor.